De interés

La siguiente reunión será en casa de Pierre el día domingo 3 de noviembre de 2010.

Saturday, January 30, 2010

La cura del insomnio

Esta noche no me han sonreído.

Sonrieron desde la primera noche. La noche del mismo día que tuve que ir al médico general. El médico era un tipo bajito y amable. Le dije que no podía dormir bien.

¿Quiere dormir? Es lo único que le importa en este momento ¿verdad? Entonces me dijo que lo que necesitaba era compañía.

También me recetó algunas píldoras.

Salí de allí pensando que era otro médico barato que fungía de psicólogo y que las pastillas no servirían para nada, que tal vez sí necesitaba un psiquiatra pero no iba a ser él precisamente.

Trabajé y pasé mi día como siempre. Pero esa noche tampoco pude dormir.

Con el siseo, había empezado el maldito insomnio. Días de días escuchando ese siseo mientras trataba de dormir. El otorrino no había encontrado nada anormal en el oído, así que me mandó a un médico general. Y el médico este había sido muy predecible: pastillas. Y ahora oía el siseo, otra vez el siseo.

Luego los vi.

Estaban observándome, acomodados en todo el cuarto, entre mis libros, mis estantes, mis cuadros. Me miraban. No supe calcularles la edad; aún ahora, no puedo decirlo con exactitud. Eran varios y me sonreían. Todos estaban en trajes elegantes, tanto hombres como mujeres. Parecía que fuesen a una función de ópera. ¡Pero era mi habitación!

Mantuve los ojos fuertemente cerrados el resto de la noche, apretando los párpados para no ver.
El médico me enviaría a un psiquiatra, eso lo daba yo por hecho.

- El sueño es una ilusión, una ilusión para no sentir. Ha tenido usted suerte. No le pasa a todo el mundo. Hay gente que sigue creyendo en esas ilusiones. Solo algunos acceden a la verdad.

- ¿Cuál verdad? ¡Estoy enloqueciendo!

- Cálmese, ya se acostumbrará.

Me ha tocado un farsante, pensé. Un idiota que se limita a recetar pastillas y decir frases hechas.

- No va a hacer que se vayan. Solo complicará más las cosas.

- ¿…?

- Cuando ellos lo decidan, todo habrá terminado.

Me largué tirando la puerta del consultorio. Necesitaba ayuda urgente y, lo peor de todo, es que me había tocado otro loco. Alguien que no se daba cuenta de su enfermedad mental o quizás alguno de esos fanáticos que creen que el fin del mundo está cerca y esas cosas. A lo mejor me iba a pedir que me uniera a su secta.

Esa noche volvieron a aparecer. Yo no quería verlos. Me envolví entre frazadas. Sudé. Me desesperé, pero no dormí. Tomé el frasco de pastillas que me había recetado el médico y lo tiré a la basura. Volví a cerrar muy fuerte los ojos. Ellos no se habían ido cuando los volví a abrir. Y, además, estaban sonriendo más de la cuenta. Sonreían y miraban a un punto fijo de la habitación. Miraban directamente a los pies de mi cama. Ahí estaba el frasco de pastillas que había tirado a la basura, echado entre mis piernas.

El siseo comenzó otra vez. Y una mano pequeñita empezó a acariciarme los cabellos. Era la mano de una niña de diez años, ella era uno de ellos. Me acariciaba la cabeza y me señalaba el frasco.

Empecé a temblar mucho pero obedecí. Fui a la cocina y cogí un vaso; regresé a mi habitación, me tomé la pastilla con mucha agua. La niña sostuvo el frasco, mirándolo como si fuese un juguete nuevo.

Me envolví entre las sábanas. La niña comenzó a reírse bajito, como conteniendo la risa entre sus manos. A la risa la acompañaba ese raro siseo que había sido el origen de todo. La mano de la mujer que estaba a su lado, mano enguantada, larga y discreta, se posó sobre el hombro de la pequeña y esta calló de inmediato. Traté de dormir. La niña volvió a acercarse y posó su manita en mi frente. Me dormí de inmediato.

Soñé con casas antiguas. Pisos de madera vieja. Rectas sillas de metal. Jarras de porcelana. Olor a tabaco dulce. Y ellos conversando entre una partida de dominó con fichas mohosas. Tan elegantes como habían entrado a mi cuarto. Me llamaban para unirme a la partida. Pero yo no jugaba con ellos. La niña los observaba.

Desperté con fiebre y sudor. Era de mañana y ellos ya no estaban conmigo a esas horas.

El día fue gris, aburrido. No sentía el pasar de las horas. No tenía nadie con quien hablar. Quería decir que tenía miedo. Gritarlo. ¿Quién me iba a creer? Primero la soledad y, ahora, la locura.

Esa noche los volví a ver. Volví a soñar con ellos. Casas antiguas. Partidas de dominó. Una niña golpeteando rítmicamente el piso de madera con sus pequeños pies. Abanicos.

Me harté y decidí recomenzar. Visité a otro médico. Le rogué que hiciera algo o me iba a tirar por la ventana. Exactamente eso le dije: haga algo o me tiro por la ventana esta noche. Me mandó una serie de análisis y exámenes. Dijo que encontraríamos una solución, que la medicina moderna controla eficazmente las alucinaciones. Lo dijo con el mismo tono con el que pidió mi nombre para la ficha médica. No me recetó pastillas.

Las mías ya se habían terminado, pero esa noche volví a soñar lo mismo. La excepción fue que teníamos un invitado: el psiquiatra que acababa de visitar aquel día. No sonreía como los otros. Jugó dominó y perdió en el juego. La niña lo tomó de la mano y se lo llevó a otro lado de la casa. No volvió a aparecer.

Desperté con una horrible sensación de búsqueda inútil. Acudí al consultorio nuevamente a ver al nuevo doctor. No estaba. Por alguna razón, el consultorio había cerrado ese día.

- ¿Qué quieren de mí? – les pregunté a mis visitantes esa noche.

No me contestaron. La niña solo me tomó de la mano hasta que me volví a dormir.

Esa noche tuvimos compañía. Más rostros tristes. Gente anónima que yo no conocía pero cuyo destino parecía ya haber sido marcado. Jugaban con ellos y perdían.

Esta noche no me han sonreído. Simplemente no tienen expresión. Solo la niña tiene ese aire tétrico de alguien que ha sufrido una gran pérdida.

Quiero gritar, pero no me sale. Quiero llorar y tampoco puedo. Solo me queda morderme los labios muy fuertemente.

Encima de la cama, a mis pies, primorosamente colocado sobre papel de seda, hay un traje elegante, como los de mis compañeros. También es antiguo, de una época indefinida. No necesito probármelo para saber que me quedará.

Entonces entendí lo que el primer doctor había querido decir con lo de la compañía.

Esta noche estrenaré traje. También jugaré dominó.

La niña sisea, contiene sus lágrimas. Luego me coge de la mano y salgo de la cama para vestirme.

REGINA CONTRERAS
(Enero 2010)

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